Usted dirigió durante varios años la formación profesional y el funcionamiento del centro Arxhof para jóvenes adultos. ¿Por qué ha cambiado de bando, por así decirlo?

Hay muchas similitudes. Ambas instituciones suponen una forma de resocialización y de poder volver a vivir sin miedos ni limitaciones. Trabajar con jóvenes delincuentes también me ha acercado al mundo de las víctimas. Durante este tiempo conocí a muchas víctimas. Y me di cuenta de lo difícil que les resulta participar en una vida feliz y plena.

¿Qué espera de su nuevo cargo?

Es impresionante ver y experimentar cuántas instituciones asociadas, comités, expertos, personas comprometidas y organizaciones trabajan en y para la protección de las víctimas. Alcanzar objetivos ambiciosos junto con todos ellos me atrae mucho.

La protección de las víctimas ha ganado en importancia. El Convenio de Estambul también ha contribuido a ello. Cómo priorizamos y damos forma a la protección de las víctimas es una tarea importante para nuestra sociedad.

¿Qué le motiva en su trabajo diario?

Las personas afectadas por la violencia sufren mucho. Es un sufrimiento silencioso, asociado a la vergüenza, mucho miedo, inseguridad e impotencia. Es increíblemente motivador dar voz a estas personas, asesorarlas y mostrarles formas de mejorar su calidad de vida. Y además trabajo con un equipo muy competente y comprometido. Puedo crear las condiciones para que mis empleados lleven a cabo esta valiosa tarea con fuerza y confianza. ¡Si eso no es motivación!

¿Cómo encuentra el equilibrio en su trabajo?

Una buena comida con la familia y los amigos, una exposición de arte en un museo o galería, unas horas de diversión creativa en mi taller y muchas risas…